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PDF | 1002 | Hace 2 años | 3 febrero, 2023
Dra. en Admón. Sandra Yesenia Pinzón Castro
A inicios de 2022, si alguien me hubiese preguntado que cómo concebía mi vida durante los siguientes años, mi respuesta no hubiera incluido la palabra “Rectoría”. Conforme transcurrieron los meses de dicho año, comencé a pensar en la posibilidad de contender en el siguiente proceso de designación. Llegado el momento, después de consultar a personas cuya opinión tengo en alta estima, tomé la decisión de intentarlo. Años antes había contendido para ser jefa de Departamento y luego decana en el Centro de Ciencias Económicas y Administrativas; por eso tenía cierta claridad con respecto a los tiempos y los pasos a seguir, pero, incluso con esas experiencias previas, creo que no hay forma de comparar lo demandante que puede ser participar en el proceso de designación para la Rectoría.
Es un camino que puede llegar a ser muy agotador y llenarnos de tensiones, y puede haber también momentos en los que una siente que se acaban las fuerzas o que tal vez sea mejor bajarse de la contienda. Pero, si lo pensamos con cuidado, esto es algo que nos sucede a todas o casi todas las personas ante retos que consideramos importantes o imponentes. Siempre, ante cualquier situación demandante y novedosa o desconocida, el primer obstáculo a vencer es uno mismo…
Después de conocer los resultados de las votaciones de la comunidad y sobre todo después de saber la resolución de la Honorable Junta de Gobierno, sentí una emoción tan grande, que me cuesta trabajo describirla. No solo por haber sido designada para realizar esta honrosa responsabilidad que meses antes no formaba parte de mi imaginario de proyectos (al menos a corto plazo), sino por lo que mi nombramiento también representaba en términos históricos para la sociedad, en Aguascalientes y en México.
Me ha tocado ser la primera mujer rectora de la UAA y coincidir en tiempos con la primera mujer gobernadora de Aguascalientes. Sé que después vendrán otras, porque los cambios sociales con respecto al género -por lo menos en las macroestructuras políticas, académicas y laborales- son cada vez más evidentes y sólidos. No quisiera que se confunda lo que digo aquí con esos discursos de peligroso tono supremacista o de superioridad, que no convienen a nadie de las y los que queremos una sociedad que viva sintiendo realmente los valores de la equidad, el respeto, la empatía y la inclusión.
Lo que quiero destacar es que veo un presente y un futuro donde no debe ser ni será tema de interés si quien ganó un premio, una beca, unas elecciones o un puesto laboral es hombre, mujer, no binario o cualquier otra identidad personal dentro de una sociedad plural y respetuosa de los demás; que se termine de normalizar el respeto mutuo de tal forma que lo único que nos fijemos al votar por alguien -por ejemplo- sea en su proyecto, su preparación, su calidad moral o ética y su capacidad para ejercer el puesto. Un presente y un futuro donde no haya recelos sexistas de ningún lado hacia ningún lado.
Cuando pienso en esto, a veces recuerdo esa famosa parte del discurso de Martin Luther King que seguramente todos conocemos: I have a dream… Todavía me emocionan las partes donde dice que tiene el sueño de que sus hijos sean juzgados no por su color, sino por su reputación; de que los hijos de los antes esclavos y los hijos de los antes esclavistas puedan sentarse juntos en la misma mesa con verdadera fraternidad; de que niñas y niños negros puedan darse la mano con niñas y niños blancos.
Con toda humildad y guardando el debido respeto a este gran pensador, sueño con algo parecido con relación a la empatía, la concordia y el género. Lo lindo acá es que es un sueño que ya está sucediendo, que estamos viviendo y sintiendo en tiempo real en muchos lugares, en muchas partes del mundo (sobre todo del mundo occidental). Y creo que es necesario decir y destacar esto, y también mostrar que cada vez somos más personas lejos de los extremos: mujeres y hombres que no nos vemos con recelo, ni con sospecha, ni generalizándonos con características prejuiciadas, injustas y negativas. Mujeres y hombres que sabemos que podemos aprender, y sentir respeto, cariño y empatía por otras personas, sin importar género, color o procedencia.
De corazón, ojalá todos nos sumemos a este sueño, dejemos de generalizar y abandonemos resquemores; ojalá que todas y todos apostemos por la hermandad sin distinciones, discriminaciones ni generalizaciones (de cualquier lado hacia cualquier lado) que van contra la idea de la igualdad, la empatía y el respeto.
Ya me extendí mucho. Voy a dejar este texto aquí para cerrar comentándoles que estaré publicando periódicamente algunos pensamientos, reflexiones y anécdotas a través de este medio. Quisiera platicarles un poco más sobre la dinámica y la línea que seguirá esta columna editorial, pero, por cuestiones de espacio, lo haré en las siguientes entregas. Mientras tanto, les doy las gracias por leerme, les deseo un buen fin de semana y espero que nos encontremos por aquí en la siguiente ocasión. Muchas gracias.