Universidad Autónoma de Aguascalientes

Ruta 6: Amigos del camino

gaceta uaa

COLABORACIÓN | Leticia Rodríguez Martínez, Egresada de la Lic. en Turismo, correo: letyrodriguezm@hotmail.com

 

Cuando era niña, íbamos por carretera en unas vacaciones, mi papá saludó a un señor que conducía otro vehículo, bajaron un poco la velocidad y ambos levantaron saludaron con la mano; le pregunté a mi papá quién era y por qué lo saludaba. Me respondió: es un amigo del camino. Ahora que soy adulta, me doy cuenta de que durante la vida vamos encontrando amigos en el camino, algunos permanecen a través de los años, otros comparten un par de semanas o incluso algunas horas de nuestros días, pero todos ellos han dejado un buen recuerdo en mi mente.

Venecia, Italia. 2006. Una noche llegando al hostal donde me hospedaba, coincidí con Nes, una chica de Brisbane, Australia, que también viajaba en solitario y era su primera noche en Venecia, conversamos un poco sobre nuestras ciudades de origen, motivo de viaje y próximos destinos, hasta que llegó la hora de dormir. En la mañana siguiente nos despertaron las armoniosas campanadas de la iglesia más cercana frente al hostal, abrí la ventana de madera y los rayos del sol ingresaron hasta la habilitación, nos saludamos y Nes me preguntó qué planes tenía para ese día; yo pensaba ir a las Islas Murano y Burano pero todavía no lo tenía claro, a ella le pareció un buen plan y fuimos juntas a la aventura veneciana. Tomamos el vaporetto con dirección a Burano, disfrutamos de las vistas arribando a la isla, con lindas casitas de colores llamativos y embarcaciones estacionadas a fuera de cada casa, caminamos por callecitas, subimos y bajamos pequeños puentes y tomamos decenas de fotos. Continuamos el traslado a Murano donde visitamos una fábrica de cristal, conocimos el proceso del soplado y cómo de un trozo de vidrio sin forma se pueden crear hermosas obras de arte. Por la tarde, regresamos a Venecia con hambre y muy cansadas, compramos una pizza en combo con refresco, era de esperarse pues éramos estudiantes, la mitad para cada una, un delicioso cappuccino y a descansar. Nes partió a Zúrich muy temprano, no sin antes despedirnos con un abrazo. Yo volví a Barcelona, donde estaba estudiando, mantuvimos comunicación por un buen tiempo e intercambiamos fotos de nuestro recorrido.

Brujas, Bélgica. 2008. Era una vez una chilena, una china y una mexicana paseando por las calles de Brujas, parece el inicio de un chiste, pero así fue. Nos conocimos en el hostal, Lizzy de China (nos explicó que era su nombre occidental porque su nombre real era difícil de pronunciar) ya llevaba un par de días en la ciudad; Nury la chilena y yo acabamos de llegar al hospedaje; conversamos en español y ambas nos emocionamos porque ya teníamos varios días sin escuchar nuestro idioma; incluimos en la conversación (en inglés) a Lizzy pues sólo hablaba inglés y chino, ella nos invitó a asistir en la noche a un evento en los jardines cercanos al molino de Sint-Janshuismolen (San Juan), uno de los molinos de viento más visitados en la ciudad. Mientras tanto ¿qué haríamos durante el día? Iniciamos con un desayuno de gofres con fresas, entramos al Museo del Chocolate y como teníamos mucha energía que el chocolate nos dejó, caminamos hasta perdernos por las calles y puentes, tomando fotos sin parar, comimos un cono de papas fritas cubiertas de mayonesa, hicimos una larga fila para entrar a la catedral de la Santa Sangre, una visita imperdible y muy impresionante. Por la tarde regresamos a la zona de nuestro hospedaje, comimos en un bar que incluía los alimentos y degustación de distintos tipos de cerveza, fue una excelente opción. Subimos a nuestra habitación, nos duchamos y alistamos para el evento. Resulta que era un concierto de silbidos, así es, un grupo cultural organizaba el concierto, simulaban ser luciérnagas en casas de campaña iluminados con linternas, todos emitían sonidos suaves interpretando una melodía, nos tomamos un par de fotos para recordar. Al siguiente día tomamos rumbos distintos. Lizzy nos escribió desde Shenyang, enviándonos fotos de las tres silbando, Nury y yo seguimos en contacto y pronto nos volveremos a ver.

Arequipa, Perú. 2011. Paseaba por las calles del centro de Arequipa buscando el Monasterio de Santa Catalina, edificio que data del siglo XVI y es visita obligada ya que forma parte del Patrimonio de la Humanidad, aún había monjas de claustro en cierta ala del inmueble, las separaba un gran muro y rejillas por las que sólo ellas pueden vernos, es una edificación hermosa con altos muros de piedra en el exterior y un vibrante color naranja en el interior, patios en color azul y árboles frutales, realmente te sientes alejado de la ciudad. Ingresé y comencé mi visita. Hay un pasillo muy pintoresco lleno de macetas con flores por donde tienes que pasar para llegar al Patio del Silencio, claro que quería foto ahí y una señora muy amable se ofreció a tomármela, después me preguntó de dónde era y si viajaba sola, yo asentí y me invitó a continuar el tour con su familia, ellos venían de Lima a pasar unos días de vacaciones, viajaban papá, mamá, una de sus hijas con su bebé y su esposo. Terminó el recorrido en lo alto de la iglesia que es un mirador y me despedí de ellos para continuar mi camino pero la señora me dijo —no te vayas, te vamos a invitar a comer a un lugar muy rico con comida típica peruana para que te lleves una buena impresión de nuestra hospitalidad y gastronomía— Sin pensarlo mucho accedí, fuimos caminando al restaurante Chicha (después me enteré que era del reconocido chef Gastón Acurio) que estaba muy cerca del monasterio. Ahí me deleité con platillos típicos como ceviche y rocoto relleno, conversamos sobre México y su cultura, las semejanzas con Perú y sus rivalidades gastronómicas y deportivas. Finalmente, después de una gran tarde nos despedimos, me dieron sus datos de contacto y un fuerte abrazo como si tuviéramos años de conocernos.

Buenos Aires, Argentina. 2015. Después de varias jornadas de travesía por algunas ciudades argentinas, era mi último día de vacaciones y me faltaba conocer el Barrio de Boca. Buenos Aires era mi ciudad base y no me podía marchar sin recorrer tan célebre lugar. Desde temprano salí de mi hospedaje sin desayunar y me dirigí a tomar el transporte rumbo a La Boca, al parar el autobús, el chofer me indicó que no recibía efectivo, tenía que adquirir una tarjeta de transporte múltiple en algún puesto de periódicos y el número mínimo de viajes eran 10; le expliqué mi situación de turista y al ser mi último día no iba a utilizar los diez viajes ni de chiste, por lo que me di la vuelta para bajar del autobús y esperar otro que sí aceptara efectivo, al mismo tiempo se escuchó un: ¡Espera!, un chico sacó su tarjeta de transporte, la pasó por el escáner y me dijo —Pasa, no puede ser que te pierdas de la ciudad por un pasaje del colectivo—. Le agradecí infinitamente y le conté a donde me dirigía, me indicó donde debía bajar, realmente no estaba tan lejos, pero caminar no era la opción. Llegué a mi destino, le agradecí otra vez y fui a disfrutar de mi día en un barrio súper hospitalario, me deleité con un choripán andando por los conventillos y tomando fotos por el Caminito y la Bombonera.

Durante mis viajes en solitario, he tenido la gran fortuna de encontrar personas amables, amigos del camino, con las que he compartido tours, vuelos, largas caminatas e incluso alimentos. Esas personas me han demostrado que aún es bueno confiar y creer en la bondad del ser humano; a entendernos de maravilla a pesar de tener diferencias culturales, quizá hablemos diferente idioma, pero nos unen los buenos sentimientos y la pasión por viajar.