Universidad Autónoma de Aguascalientes

¿Cuánto vale un penique?

PDF | 704 | Hace 2 años | 17 febrero, 2023

Dra. en Admón. Sandra Yesenia Pinzón Castro

Una de las ideas que me ha acompañado desde hace 25 años que comencé a laborar como docente en la universidad es que estudiantes, maestros y administrativos somos igualmente necesarios e importantes para el adecuado funcionamiento de la institución. Como si fuese una silla de tres patas o una estructura soportada en tres pilares, si uno se resquebraja, se dobla o se rompe, la estructura completa seguramente habrá de colapsar.

Cuando pensamos en términos individuales, puede darnos la impresión de que la igualdad de la que hablo solo es un espejismo. Después de todo, ¿no está diseñada nuestra casa de estudios como una organización de jerarquías? ¿No estipula el mismo sistema una repartición diferenciada de responsabilidades? Al ver las cosas desde esta perspectiva, pareciera que la importancia asignada a cada uno tiene diferencias tan evidentes como insalvables. Pero, pensémoslo una segunda vez y veamos que estamos frente a un problema de interpretación y no precisamente en uno donde la estructura quite o agregue valor a las personas.

Por principio de cuentas, la repartición de funciones (mecanismo natural en muchas especies además de la nuestra, como podemos confirmar si estudiamos las abejas o las hormigas, por ejemplo) obedece a cuestiones prácticas, de logística y gestión de la propia comunidad: cada persona cumple un papel distinto porque las necesidades para el funcionamiento de la institución son muchas y muy diversas; al mismo tiempo, se trabaja desde una estructura de jerarquías por niveles de responsabilidad, a fin de tener articulación y un orden desde el que podamos tomar decisiones y llevar a cabo acciones de manera consensuada, conjunta, diversificada y coordinada.

Hacerlo de esta forma resulta de mucho beneficio para todos, porque al sumar nuestros esfuerzos y repartirnos las cargas para alcanzar un mismo objetivo, podemos llegar a este con más facilidad y con menos desgaste y enojos que si cada quien hiciese lo que mejor le pareciera cada día según el humor con el que amaneciera.

Lo segundo que podemos notar es que la institución prevé figuras o roles que las personas representamos. Si fuera una película u obra de teatro, estaríamos hablando de personajes: a lo largo de mi vida en la universidad, yo he representado el personaje de estudiante, de docente, de jefa de departamento, decana, directora general y, ahora, de rectora. Fíjense cómo la misma persona va ocupando distintas figuras que son las que ha establecido la institución para su correcto funcionamiento. Cuando la persona cambia de rol o personaje, este no desaparece, sino que es interpretado por alguien más.

Vuelvo entonces a lo que decía al principio: imaginen que eliminamos la figura de ‘estudiante’ o la de ‘docente’ o la de ‘personal administrativo’ porque decidimos que no se trata de un rol necesario en la institución. Evidentemente, si no hubiera gente dedicada a las labores de gestión, administración y logística, la universidad se volvería un caos (observaríamos desde un terrible descuido en los jardines, baños, aulas, auditorios y talleres, hasta la imposibilidad de que existieran programas de becas, movilidad, cursos humanistas, congresos, eventos culturales y trámites de ingreso o de titulación, entre muchas otras cosas). Si no hubiera docentes, los estudiantes carecerían de programas unificados de estudio, así como de guías con mayor experiencia y conocimiento que les sirvieran como andamios para su crecimiento académico y profesional. Y qué decir de la ausencia de estudiantes: simplemente la universidad ya no tendría razón de ser.

Y si decimos que son igualmente importantes estas figuras, personajes o roles, que al final del día son una construcción simbólica que van ocupando distintas personas a lo largo del tiempo, ¿qué habremos de decir de las personas reales, de carne y hueso, que se encargan de representar estos roles? Pues, evidentemente, debemos reafirmar que tienen igual importancia por el simple hecho de ser personas, poseedoras de derechos humanos universales e irrenunciables, así como de una dignidad que debemos dar por sentada por ser integrantes de esta maravillosa especie.
Hay evidencia de que la universidad, como sistema e institución, tiene un fuerte compromiso con su esencia humanista y, desde ahí, buscamos que cada una de las personas que conforman esta comunidad se sienta igualmente valorada, escuchada y apapachada (desde el fortalecimiento de la Defensoría de los Derechos Universitarios y la figura de primer contacto hasta detalles como el proyecto de UAA-GO y la creación o manutención de espacios dignos para todas y todos, cada acción muestra un genuino interés por que tengamos condiciones que nos inspiren y ayuden a dar nuestro mejor esfuerzo).

Hace unos meses, durante el proceso de designación de Rectoría, hablé del siguiente caso para ejemplificar de qué manera entendía el valor de cada persona en la universidad: el reloj más famoso y monumental de Inglaterra, el Big Ben, aunque pesa toneladas y tiene un conjunto de partes de enorme tamaño, requiere de un puñado de peniques para calibrarse adecuadamente. Literalmente, se usan esas moneditas para ajustar su mecanismo y que dé la hora exacta: con solo quitar una o dos de ellas, el aparato se desajustaría, y para qué querría alguien un reloj que da mal la hora. Lo importante no es entonces nuestra percepción del tamaño o “jerarquía” de cada elemento, sino su función, porque incluso las partes más pequeñitas de un sistema u organismo tienen o pueden tener una grandísima, indispensable e insospechada importancia.

Se me acaba el espacio que generosamente me dan en este diario, así que dejaré en este punto nuestra conversación, y regresaré a ella en quince días para complementarla y que hablemos un poco más de los roles que asumimos en esta institución (y, por extensión, veremos cómo se configuran los roles o personajes en las instituciones que nos estructuran como sociedad). Les deseo un lindo fin de semana y nos vemos pronto.

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