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EL BACTERIÓFAGO | Colaboración: Jesús Israel Martínez Martínez, estudiante del quinto semestre de Medicina, correo: israel-martinez15@hotmail.com
La pandemia del coronavirus ha cambiado la manera en que la sociedad se relaciona con el medio ambiente, al modificar aspectos como la producción desmesurada de artículos innecesarios, pero confortables, o que facilitan más la vida diaria; el uso de automóviles y transporte público; la deposición y manejo de residuos; el uso de material de protección contra enfermedades respiratorias, entre otros.
Así pues, es necesario documentarse adecuadamente y tener en consideración el impacto negativo de la pandemia por covid-19 en el ambiente, pues de esa forma podremos proponer activamente soluciones y contribuir a la discusión para contrarrestar los efectos nocivos medioambientales para auxiliar a toda la población.
Lo más relevante en cuanto al deterioro de la salud inmediata de las personas tiene que ver con el incorrecto desecho de la actividad cotidiana. Como parte de las medidas señaladas por las autoridades sanitarias a nivel mundial y nacional, se encuentra el uso de cubrebocas y, en algunos casos, de protectores faciales o gafas de seguridad y guantes, de los cuales se ha elevado sustancialmente este tipo de desechos.
Estos objetos tienen una estrecha relación con aquellas zonas donde se encuentra y replica el SARS-CoV-2, pues contienen partículas virales (viriones) que al tirarlos sin precauciones, pueden suponer un problema de salud pública importante. Muchas personas que viven en pobreza o pobreza extrema hurgan a menudo en los basureros en busca de comida o material de reciclaje o reuso que puedan vender: botellas de plástico, latas de aluminio, fierro o vidrio; de ahí que estas prácticas supongan un riesgo de contagio.
Por otra parte, los trabajadores que se encargan de limpiar la vía pública y de recoger la basura de las personas también son susceptibles de contagiarse, ya que rompen el confinamiento y entran en contacto con tales desperdicios. Y si ya de por sí su empleo tiene el riesgo de contraer otras enfermedades infecciosas, como el virus de la hepatitis B (VHB), al añadir la posibilidad de resultar infectados por el SARS-CoV-2 abre la incierta probabilidad de adquirir dos o más entidades patológicas al mismo tiempo, lo cual culminaría muy seguramente en desastre.
Pero ahí no termina: si bien las playas y sus respectivos cuerpos de agua se han visto beneficiadas porque el confinamiento sanitario y el distanciamiento social sugeridos (o impuestos) por los gobiernos han reducido significativamente el turismo y por tanto la cantidad de desechos, el aumento abrupto y paulatino del uso de equipos de protección personal ya mencionados ha determinado una mayor contaminación de los océanos y otros sitios en tierra que son usados como depósitos de los remanentes de la actividad humana, lo que podría llegar a afectar a la flora y fauna, tanto marina como terrestre.
Tal es así que recientemente la organización ambientalista no gubernamental Ocean Asia de las Islas Soko encontró en una revisión hecha en Hong Kong que en una playa los residuos de cubrebocas cubrían un tramo de 100 metros, situación sin precedentes porque nunca se había tenido una enorme cantidad de esos desechos como para cubrir una longitud de 100 metros.
Es imperante conocer el impacto ambiental generado y, por tanto, el daño a la salud y a la calidad de vida surgidas a raíz de la pandemia, para emprender acciones que permitan solventar la incorrecta disposición de la basura y, en consecuencia, evitar riesgos futuros que puedan tornarse aún más peligrosos.
Por tal motivo, se exhorta a la comunidad en general a contribuir, en la medida de sus posibilidades, a reducir el impacto que genera el uso de equipo de protección personal (evitar los excesos innecesarios). Una colaboración comunitaria responsable e inteligente en materia de manejo de desperdicios sin lugar a duda es una medida para disminuir las consecuencias negativas medioambientales que han surgido secundariamente al aislamiento social.