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Con esta nueva edición de la Gaceta Universitaria concluimos compartiendo el tercer lugar del concurso de aportaciones literarias “Los Derechos Universitarios. Por una cultura de respeto e inclusión”, de la autoría de Elizabeth Azuara Melo, estudiante de la carrera de Derecho del Centro de Ciencias Sociales y Humanidades.¡Qué lo disfrutes!
¿Qué tan diferente es suficiente?
El día en que Dara conoció a Kasidir pensó que jamás había visto a un joven con cabello tan despeinado en toda su vida. Eso, y el hecho de que llevara dos aretes de aro en cada oreja la confundió bastante, aunque no tanto como el hecho de que al presentarse dijera que venía de un lugar llamado “Planeta Tierra”. Eso estaba lejos, bastante lejos de Marte y la mayoría de sus compañeros se rieron cuando él hizo una afirmación semejante; pero no Dara. No. Ella en cambio, decidió observarlo con una determinación semejante que casi daba la impresión de que podía leerle los pensamientos y afirmó dentro de sí que lo encontraba insoportable. Tal vez eran sus afirmaciones sobre el hecho de que de donde venía se podía respirar aire puro o el acomodo desordenado de sus rizos, pero ella se propuso despreciarlo con todo su corazón y decidió dejárselo bastante claro desde el primer momento en que él le dirigió la mirada a mitad de su vergonzosa presentación.
—Si vienes de un lugar tan distinto, entonces, ¿qué estás haciendo aquí? —le preguntó enfrente de todos sus compañeros de física cuántica y disfrutando haberlo hecho sonrojarse tanto como el color de su rojizo planeta.
—Creí que el conocimiento se le podía facilitar a cualquiera que estuviera interesado, desconocía que mi procedencia sería una molestia para los aquí presentes —replicó él una expresión sarcástica en el rostro que hizo reír a todos sus compañeros que ahora veían expectantes a Dara esperando su respuesta.
Ella odió que las palabras evadieran sus labios y que no tuviera una réplica tan espontánea como la de él, pero no lo dejaría ganar tan fácilmente, después de todo, él estaba no solo en su Universidad, sino también en su planeta. ¿Quién se creía que era ese tal Kasidir de la Tierra? Pronto aprendería su lugar. Ahí no había personas nuevas y él no tardaría en irse.
—Yo desconocía que esta institución hubiera bajado sus estándares como para aceptar a alguien como tú, pero adelante, no seré yo quien te quite la oportunidad de humillarte frente a todos —contestó ella con una amplia sonrisa que provocó murmullos por toda el aula.
Ambos, Kasidir y Dara se observaron por lo que parecieron ser siglos, pero no fueron más que simples segundos antes de que llegara la maestra a poner orden y comenzar con la lección. Kasidir tomó asiento en una de las filas de adelante y Dara se perdió toda la lección de principios básicos de la materia por perforar con la mirada la espalda de Kasidir, tratando de decidir si odiaba más su desafío hacia ella o lo diferente que se veía y concluyendo en que era un poco de todo.
Al día siguiente, Dara llegó a la universidad con una nueva resolución: hacerle ver a Kasidir qué tan equivocado estaba de encontrarse ahí y con suerte, lograr regresarlo a donde pertenecía. La cuestión era… ¿cómo lograría algo semejante?
Estuvo pensando durante el primer receso sin poder encontrar una manera clara de lograr su cometido, y fue hasta que llegaron a la clase de Historia Galáctica y escuchó hablar al Profesor Cuentos, que tuvo una buena idea.
—Como asignación final, deberán crear un ensayo sobre alguna historia que ustedes conozcan con certeza. Ya sea que la hayan vivido o que se las hubieran contado personas que estuvieron ahí de primera instancia. Podrán trabajar en parejas o individualmente y tendrán dos semanas para entregarlo. La rúbrica para la evaluación consta de…
Del profesor continuó hablando sin parar dando los detalles de la evaluación, pero Dara ya tenía en su mente un plan. ¿Qué mejor opción para demostrarle a Kasidir lo distinto que era, que trabajar con él en el proyecto y ahuyentarlo de regreso a su planeta de una vez por todas? Así fue como, cuando el Profesor Cuentos autorizó el elegir parejas, que Dara se levantó de su asiento y caminó hasta la esquina opuesta donde Kasidir se encontraba sentado leyendo un libro cuyo título no podía leer con claridad; pero que dejó de lado cuando vio quién se acercaba a él. Observó a Dara con una tranquila intriga y ella no sabía qué le sorprendió más: que siguiera tan terriblemente despeinado o, que hubiera aceptado trabajar con ella.
Esa misma tarde comenzarían con los preparativos en la casa de él y aunque ella hubiera preferido que fuera en su casa, aceptó cuando recordó que podría recalcar las diferencias entre ambos con mayor facilidad si se encontraba en su casa. Así que esperó ansiosa a que terminara la jornada en la Universidad.
Se encontraron en la puerta principal tres horas más tarde y ella lo siguió en silencio durante las primeras cuatro cuadras hasta que notó una intrigante diferencia entre ambos y decidió expresarla con una acidez que solo ella podía imprimir en sus palabras.
—¿Cómo puedes caminar con semejantes zapatos? —inquirió frunciendo la nariz y señalando sus pies.
— ¿Te refieres a mis tenis? En la Tierra todos los usamos —explicó Kasidir con una media sonrisa—. Te sorprendería lo cómodos que son. Mucho más que las botas lunares.
Ella tomó esa respuesta como una ofensa personal y no pudo evitar desviar los ojos hacia sus propios zapatos y recordó que no eran tan incómodas una vez que te acostumbrabas. Además, todos en la escuela lo utilizaban.
Decidió ir en silencio hasta llegar a su casa. Al menos en ese aspecto, era parecido a todos los demás. Una cápsula gris con pocas ventanas y sin jardín. Desafortunadamente, no podía hacerle burla de eso, o ella había pensado aquello hasta que entró y vio la decoración tan excéntrica. Unas cosas verdes que los libros de historia describían como “plantas” decoraban por todo el lugar. Había colores, muchos colores ahí dentro. Alfombras, sillones, lámparas, nada combinaba, nada tenía una clara armonía y aun así… todo parecía pertenecer ahí.
—En la Tierra hay muchos diseñadores y artistas que explotan el uso de colores con mucho talento —comentó Kasidir notando la mirada sorprendida de ella—, algo que no he visto en Marte.
Aunque no había juicio en su voz, ella se puso a la defensiva y replicó:
—Es porque nosotros tenemos buen gusto.
Pero ahora ya no estaba tan segura de encontrar su casa tan acogedora como esa. El color gris antes le había parecido bastante fascinante, especialmente en todas sus sombras desde el blanco hasta el negro; pero ahora… con tantos colores…
—¿Por qué no comemos algo? —propuso Kasidir intentando con toda su alma, no perder la paciencia con Dara cuando apenas comenzaban a trabajar.
Ella lo siguió hasta el comedor que era igual o hasta más colorido y se sentó en una silla lo más alejada de él antes de que su mamá saliera de la cocina con una radiante sonrisa y aunque se sorprendió un poco al verla, la hizo sentir… bienvenida.
¿Por qué? Si apenas la conocía. ¿Por qué le sonreía con tanto cariño? Ella decidió mantenerse callada hasta que vio lo que le servirían para comer y nada la había hecho abrir tanto los ojos como eso.
—¿No comen las barras nutricionales que les reparten a todos? —inquirió observando su plato de… ni siquiera sabía de qué era.
—¿Has probado esas cosas? Saben horribles. Mamá tardó un tiempo en conseguir los ingredientes, pero pruébalo, en la Tierra es muy rara la persona a la que no le gusta el espagueti —replicó Kasidir con una pequeña sonrisa en sus labios.
Ella pensó en poner los ojos en blanco y humillarlo por su extravagante comida, pero su mamá había sido tan cálida con ella y ese plato de lo que fuera olía tan bien que tomó su cuchillo y comenzó a cortar los largos espaguetis para comerlos con su cuchara. Eso sacó una pequeña carcajada de Kasidir que fue reprendida de inmediato por su madre y aunque ella no comprendió su risa, en el primer bocado sintió que su boca se derretía alrededor de los espaguetis. Nunca había probado algo tan delicioso en toda su vida. Terminó de comerlo en menos de cinco minutos y se sintió con ganas de dos o tres platos más.
—¿Te gustó? —preguntó Kasidir mirándola intrigado.
—Supongo que está pasable —replicó ella conteniendo las ganas de besarle las manos a la madre de Kasidir por cocinar algo tan delicioso como eso.
Jamás había estado en un lugar con tantos colores y con personas tan cálidas, ni comiendo algo tan delicioso y aunque era completamente distinto a lo que ella conocía… le gustaba y… algo dentro de ella ya no encontraba motivos para burlarse. Tal vez, solo tal vez, algo de diversidad no era tan mala idea; pero tan solo pensar en ello le hizo sentir un escalofrío en todo su cuerpo y decidió retirarse después de la comida. Marte tenía sus costumbres y no necesitaba unas nuevas. Ella no podía olvidar su propósito. No cuando tenía tanta evidencia para burlarse de él cuando lo viera al día siguiente en la Universidad. No cuando estaba tan cerca de hacerlo huir.
A la mañana siguiente, Dara estaba saliendo de su casa cuando su madre la detuvo en la puerta. Tenía una expresión tan dura como siempre y aunque antes no le molestaba, después de haber visto a la mamá de Kasidir reír tanto el día anterior, ella deseó en su corazón que su madre fuera un poco más como ella. Solo un poco más.
—No olvides tu barra Dara —le instó su madre ofreciéndole el paquete de insípida comida que igual, antes no le causaba inconveniente; pero ahora… habiendo probado el espagueti, eso sabía a rocas y tierra.
Llegó a la Universidad acomodando en su mente cómo exhibiría frente a todos lo penosamente distinto que Kasidir era, exponiendo con detalle sus hábitos terrenales y lo extravagante que era su casa. Solo estaba esperándolo cuando lo vio llegar con una caja en sus manos y con la vista buscaba a alguien. Su mirada se detuvo cuando cayó en Dara y caminó hacia ella con una pequeña sonrisa. Ella pensó en comenzar a exponerlo ahí mismo hasta que le ofreció la caja y ella la tomó evidentemente desconcertada.
—Es una ofrenda de paz. Espero te gusten tanto como el espagueti —comentó con una sonrisa antes de dar un paso hacia atrás.
Ella tomó la caja y la abrió sorprendiéndose bastante al ver su interior. Eran unos tenis. Realmente eran más ligeros que sus botas lunares y en ese momento, estando frente al despeinado Kasidir y frente a sus demás compañeros se dio cuenta de algo: Marte tenía sus costumbres, sus hábitos, su gente; pero también la Tierra y ninguno de los dos estaba mal. El gris era un buen color y las barras nutricionales satisfacían a la mayoría de las personas; pero los colores también eran increíbles y los espaguetis y los tenis… Las diferencias no significaban que forzosamente una era mejor a la otra. Las diferencias únicamente mostraban una enorme diversidad en las personas y ¿cómo aprenderían de otras culturas si nunca aceptaban a personas nuevas? Ser diferente no era malo, al contrario, era un privilegio y una responsabilidad de mostrar un nuevo camino a los demás. No uno necesariamente mejor, pero sí uno intrigante y lleno de riqueza.
Y así, con la caja de tenis en sus manos y la mirada puesta en el despeinado de Kasidir, Dara les platicó a todos lo que había aprendido de él, sabiendo que no todos aceptarían al inicio su forma de pensar; pero dispuesta a luchar por que todos se sintieran bienvenidos en la Universidad sin importar sus diferencias.