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Colaboración | LCI. Miguel Ramos Arcila, miguel.ramos@edu.uaa.mx
Se iba a acabar el mundo. Justino lo había soñado y no podía equivocarse. Tenía un don: todo lo que soñaba se cumplía.
Durante años había pronosticado con exactitud la fecha de la muerte de las gallinas y de las personas, las derrotas de la selección mexicana, la infidelidad de la esposa de Jerónimo y el aguacero de la semana pasada. Sin embargo, esa mañana el sueño no le quedó muy claro.
—Un montón de rocas se acercaban hasta llenar todo de oscuridad y silencio, le dijo a Carlitos, su nieto, mientras lo llevaba a la escuela.
Al día siguiente, todo el pueblo se encontraba afuera de su casa. Carlitos le había contado el sueño a su mejor amigo, pero en lugar de rocas, dijo que lo que su abuelo había visto eran meteoritos, y aprovechó para decir algo sobre extraterrestres y cucarachas gigantes. El rumor había crecido a tal grado que los maestros decidieron suspender las clases.
—Según usted, ¿cuándo se va a acabar el mundo? —le había preguntado el señor cura, disimulando el temblor de su voz.
—No lo sé, padre —respondió Justino, confundido.
Se hizo un silencio espeso, pero duró poco. La gente empezó a murmurar: nadie quería saber la fecha del fin del mundo. De pronto, alguien sugirió que si Justino dejaba de soñar, las tragedias iban a desaparecer.
—Y no habría más muertes —concluyó.
—Ni adulterio —agregó el reverendo.
—Y la selección tendría oportunidad de ganar el mundial —dijo el amante de la esposa de Jerónimo.
Fue el párroco, al ser el único sin pecado, quien le arrojó la primera piedra.