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COLABORACIÓN | Iván Yahir Gómez Mancilla, Ingeniería en Computación Inteligente
Del resentimiento:
Quemó mi garganta tu nombre, cuando hirvió desde mi vientre. Cuando mi coraje empuñó tus escritos y marcó en mis palmas sus letras. Cuando te dibuje un retrato mental y te pinte falsa, con la traza que retrata al trapacero. Escupió mi lengua tu nombre cuando me supiste podrido.
Del pesimismo:
De saber que moriría me hubiera suicidado antes.
Similar a conocer un destino catastrófico y evitar los cambios para asegurar la ruina.
Un respiro más que apuesta a extender el juego,
o una sonrisa menos que le debo a la existencia.
De la indiferencia:
Te vi caer: vuelo en picada. Un metro con setenta de caída libre antes del azote contra el suelo. Al primer paso te pisé, enmudeciste; al caminar nadie escucha el crujir de una hormiga bajo su pie. Al tercer paso te sentí pegada a mi suela, pero caíste. A los seis metros te olvidé.
De los opuestos:
Dios sufre porque ama,
y es perfecto.
Yo, imperfecto,
tal vez amo para sufrir.
Del desahogo:
Me duele cada gota de sangre que resguardo en mi cuerpo. Me duelen las lágrimas que reflejaron la puesta de sol sobre una colina. La colina era hermosa, la luz era hermosa e incluso mi llanto era hermoso, pero mi sentimiento era otro: de total impotencia. Me duelen las letras, espejo de mi amor, anhelo de mis adentros, conversación a gritos jamás proferidos. Me duele mi pensar: traicionero, acorralador y duradero, que hace de la incertidumbre duda y de la duda temor, luego tristeza, tristeza de mí.
En voz baja escribo lo que busco sea leído a gritos, en el silencio de la mente, bajo la intimidad que otorga la soledad. Escribo arañando la hoja con cada palabra porque de lo contrario la palabra me araña la boca.