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La tesis es lo único que, a martillazos, se abre camino en el listado de preocupaciones del estudiante. No es un examen, o un proyecto de mejora sustentable aplicable a los próximos 50 años; no, no es algo tan mundano y simple. Es una investigación, de esas que encuadernan con la piel de los alumnos irregulares y sellan con las normas APA, esas condenadas reglas que lo obligan a uno a referirse a todos esos que, amablemente y desde ultratumba —a veces no tan por debajo—, prestaron letras para darle mediano sentido a nuestra palabrería. Un crédito que con gusto marcaríamos hasta con adornos, pero que con tantos tecnicismos hasta el mérito se nos hace pesado.
Y es que hay que ser masoquista para dar forma a algo que, con entusiasmo, nos remolían en las clases. Hay que ser un chiflado para cumplir con esos “criterios de evaluación”. Hay que ser muchas cosas, pero nunca los culpables de nuestra propia procrastinación.
Puedes seguir haciendo analogías trágicas de ese quebradero de cabeza. Puedes atribuirle todas las pestes, y alzar a gritos tu cólera con los que abrieron esa caja de Pandora, en tu preciosísima vida universitaria, pero no va a dejar de ser algo por lo que ya te habían preparado, sí, en esa clase de la que recuerdas más tu ausencia.
Claro, contar tus faltas es un talento heredado por generaciones, y debes honrar a tus ancestros, pero todos ellos -bueno, al menos de los que vale hacer mención- se titularon. Y de eso no te advirtieron, o lo hicieron entre risas. Risas que hacen eco mientras llega la fecha límite.
Ahora bien, puedes hacer un fuerte bajo tus sábanas y culpar al sistema educativo de su arcaico sentido de evaluación, o simplemente bajar los brazos y recibir de lleno el golpe de tu asesor; no es tan duro como parece, no vas a reinventar los criterios de investigación con tu aporte, no vas a solventar las crisis que tanto mencionabas en Facebook, simplemente te vas a librar de la universidad -a fin de cuentas es lo que quieres. Aunque a un año de estar bajo el yugo laboral, no vas a parar de publicar tu nostalgia, ese corazón roto que dejó sus piezas en su alma mater.
Y es ahí que sabrás que no es todo tan malo. Que toda esa introducción de subordinación hacia la gran tesis, no es más que algo de qué quejarse. Un tema de conversación para generar pánico mientras bebes en un bar; es inevitable, es difícil, pero está lejos de ser un monstruo en el abismo. En especial en esta era plagada de resúmenes.
Aún con todo, y considerando que eres consciente de que el problema eres tú, y no vas a dejar de serlo, no viene mal volverse un catalizador de consejos que puedes encontrar en wikiHow -y ya en eso, hasta pasos concretos para convertirte en vampiro.
Bueno… sí viene mal serlo. No hay razón para leer lo mismo. No vas a parar de encontrar palabras tan alzadas como “motivación” y “trabajo duro”. Letras ordenadas de una forma tan desagradable que te hacen parecer un despreocupado sin noción del mundo real. Y quizá lo eres, pero no necesitas un post de un blog con florecitas -a veces libros- como portada para recalcártelo.
No necesitas saber cómo sobrevivir a una tesis, ya lo estás haciendo. Estás sobrellevando un estrés innecesario producto de la desinformación y la mala vibra de tus compañeros. Esos cínicos que cada vez que te preguntan por la tesis esperan que te vaya mal. Estás luchando a diario por terminar algo. Probar qué sabes después de tantos años.
Es algo aterrador enfrentarte a tus propios conocimientos y a tu capacidad para expresarlos, pero aquí estás, a unos pasos de lograrlo. Aférrate a la pierna de tu asesor, no pares de importunarlo y aparecerte hasta en sus sueños. Ese individuo es tu único aliado. Él es la dirección de tu brújula rota. Va a guiarte fuera de todo, esperando que al menos lo que estés haciendo te sea mínimamente relevante. Dale al menos esa satisfacción, escribe sobre algo que te importa, algo que te inquieta y que quieras compartir, así sea con una sola persona.
Al final vas a completarlo, vas a ver tu nombre ahí y lo sabrás: Fue un asco. Pero, oye, siempre puedes elegir una carrera que no te obligue a hacerla.