Universidad Autónoma de Aguascalientes

Los no lugares

gaceta uaa

COLABORACIÓN | Daniel López Romo, egresado de la Lic. en Comunicación e Información y de la Maestría en Investigaciones Sociales y Humanísticas, correo: daniel.lopezromo@edu.uaa.mx

 

Recuerdo con mucha claridad una tarde de receso en la Preparatoria Ángel Anguiano de Encarnación de Díaz, Jalisco. Corría la época paleolítica del 2010, estaba sentado con una amiga en el balcón del segundo piso y escuchábamos música en su celular, cada quien con un audífono, mientras veíamos hacia la carretera que da a la ciudad de Aguascalientes. “Un día voy a irme de aquí”, le dije con la seguridad de tener 17 años y el desconocimiento de todo lo que pasaría trece años más adelante.

Me fui a estudiar la carrera en la Universidad Autónoma de Aguascalientes al año siguiente, pero en realidad nunca me fui del todo de mi pueblo. Los cuatro años que duró la licenciatura en Comunicación e Información que decidí estudiar, los pasé la mitad del tiempo estudiando y la otra mitad viajando en autobús interestatal, en el carro de alguna alma caritativa que tenía carro y podía darme ride o aprendiendo a convertirme en plastilina para apretar mi cuerpo y caber entre las personas que abarrotaban las rutas 4, 11, 33 o 40 que todo foráneo conoce como su segunda casa.

Cuando estudié mi maestría, también en la UAA, la situación fue bastante similar. Despertar a las 5:30 de la mañana, asearme para parecerme lo más que pudiera a un humano funcional, correr a tomar el transporte público algunos días y viajar con un amigo que trabajaba en Aguascalientes algunos otros. Pienso mucho en esa tarde que vi la carretera y en todo el tiempo que he habitado en ese lugar intermedio, en ese no lugar que son siempre los tramos de asfalto que nos llevan de un sitio a otro.

Las situaciones económicas, culturales y sociales, como la falta de instituciones de educación superior, las escasas oportunidades laborales o la violencia por el narcotráfico, obligan a muchas y muchos jóvenes de municipios cercanos (y no tan cercanos) a Aguascalientes, a viajar todos los días o mudarse a la ciudad para buscar fortuna. Como yo, han habido cientos de estudiantes que comienzan soñando en sus propios municipios y saben, casi de forma instintiva, que la única forma de mejorar sus circunstancias, es dejar la vida que conocen detrás.

¿Cuánto espacio necesitas en una maleta para echar dentro toda tu vida? Tendría que ser una tan amplia como para no tener problemas en empacar a nuestros padres, hermanos y hasta al perro que tiene trece años viviendo en la casa. La maleta tendría que tener propiedades mágicas como la de Mary Poppins o la de Félix el Gato. En esta maleta interdimensional cabría la cama con todo y sábanas, la Smart TV, toda nuestra ropa, el mandado de la casa y lo necesario para sobrevivir los cuatro o cinco años que nos lleva terminar una licenciatura. Quizás también lo indispensable para nunca retornar a nuestro punto de partida para quedarnos.

Pienso mucho en las personas que habitamos la Universidad Autónoma de Aguascalientes todos los días. También en un profesor de la maestría que nos compartió una idea interesante: “Las instituciones mueren en las noches cuando su gente abandona los espacios que ocupan para trabajar, estudiar o dar clase”. Pienso, más puntualmente, en las chicas y chicos que por generaciones habitamos esos no lugares para llegar aquí y llenar de vida a nuestra universidad.

¿Ustedes qué cosas empacarían en una maleta infinita? Creo que, de ser posible, se llevarían la certeza de que para soñar debemos viajar hacia otros sitios en nuestro interior, esos donde nos encontramos con la posibilidad de aprender a ser alguien más en otro sitio y pensar desde distintos puntos de vista. Y, como no sobrevivimos solo de sueños e ideas, espero que no se olviden de echar entre tantas cosas algo de comida para el camino.

Les aseguró que hay lugar para ustedes en la mía y quiero invitarles a que descubramos juntos, en las siguientes entregas de esta columna, todos aquellos sitios en los que podemos habitar juntos. Nunca se sabe qué podemos encontrar en nuestra siguiente parada o quiénes seremos durante el trayecto.