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COLABORACIÓN | Adán Brand
I
Hemos sido alguna vez, o lo seremos,
un Ulises.
Entre el plato de lentejas y la carne,
miraremos con tedio la ventana
(sostenida en la palma de la mano)
y diremos que ya ha sido suficiente
de este asedio de la vida conyugal;
que afuera hay batallas más interesantes
porque no son nuestras
todavía.
Tomaremos las lanzas y el escudo
para unirnos al ejército de quienes buscan
en regiones inhóspitas y recias
el amor que ya teníamos en casa.
Caminando arenas de esmeril,
en severos cambios de temperatura
e intemperies que pudimos evitar,
desearemos el tibio amor de nuestra mesa
y el sencillo abrazo hospitalario
que se aviva en la hoguera del recuerdo.
No se malentienda:
Ítaca se erige en cimientos de añoranza:
sin el viaje,
sin la angustia de saber
(aunque a destiempo)
que se ha apostado todo
en una sola mano,
no habría Penélopes, ni Argos,
Telémacos o Eumeos;
sabrían a lentejas las lentejas,
y a cartón la carne compartida.
II
Hemos sido también, o lo seremos,
Penélopes y Argos,
Telémacos y Eumeos
que aprenden a abrazar el abandono,
a ser satélites del ido,
sirvientes que alimentan
la piara del deseo cercenado
y el pueril rebaño de esperanzas;
parejas de una sombra que se mienten,
día con día,
tejiendo un hasta aquí
que habrá de deshacerse por la noche;
hijos que esperan los domingos
(oteando con su perro entre las rejas)
lastrados a la imagen de un mentón,
una barba,
el olor a almizcle del ausente
y a las fotos y libros que dejó,
sin ver atrás,
aquel remoto viernes por la tarde.
III
Nacemos condenados
por la herencia de un dios o de los genes.
¿No es el color de la piel un destino
(y una historia también)?
¿No es el color en sí una geografía?
Es la historia de los padres
un trazo que atraviesa,
con precisión quirúrgica,
el lienzo de los hijos.
Fue Penélope hija de Penélope
(de la repetición asimilada
de un sino reciclado).
Fue al crecer Telémaco
la calca de su padre
(hombre que en nombre de lo incierto,
del dudoso deber con lo honorable,
condena a su familia a la orfandad).
No perdamos el punto de estas dudas
con vanos victimismos
o satanizaciones:
si el oráculo marca al parricida
y el profeta presagia al salvador
algunas décadas o siglos antes,
ocioso es hablar de victimarios,
de encomiables héroes,
de estrategas tenaces y mesías,
de asesinos malévolos
o de afanosas madres:
si el fruto es consecuencia necesaria,
tan culpable es la vid como el sarmiento,
así como las lluvias y el monzón
que hacen despertar del sueño a la semilla.
Fatalmente culpables,
si cabe dar la culpa a los peones.
IV
Exoneradas ya las marionetas
de todos sus deslices y pecados,
podemos atender estos cuchillos:
¿De dónde la heredad?
¿De dónde la raíz del abandono?