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Colaboración | Leticia Rodríguez Martínez, egresada de la Lic. en Turismo, correo: letyrodriguezm@hotmail.com
Durante varios días la idea de un nuevo viaje rondó por mi mente, aparecía en mis pensamientos de día y de noche, se asomaba discretamente en redes sociales, páginas web, libros y series de streaming, casualmente consulté el clima de alguna ciudad y el algoritmo hizo lo suyo, el viaje ya estaba ahí atento, esperando mi llegada.
La búsqueda de vuelos comenzó, irrumpía en mi sueño, se cruzaba por mi imaginación durante el traslado de la casa a la oficina y me distraía en la jornada laboral, tenía que elegir las fechas de ida y regreso, decidir entre vuelo redondo o multidestino, horarios que no me hicieran pasar la noche en el aeropuerto o despertar a las 3 de la mañana para llegar a tiempo (eso ya lo he vivido antes), tarifas que se ajusten a mi presupuesto, en fin, fue una tarea extenuante pero encantadora, hasta que una noche, después de estudiar varias opciones di clic al mensaje: Confirmar vuelo.
Ya había dado el primer paso y aunque faltaban semanas para partir, había llegado el momento de planear, uno de mis verbos favoritos. ¿Cuáles son los imperdibles del destino? ¿Qué quería hacer en cada lugar? ¿Con cuánto tiempo y presupuesto disponía? y algo muy importante, que muchas veces no tomamos en cuenta: la energía; no es la misma en el primer día de viaje que me contarás en el décimo.
Integré un listado enorme de actividades y sitios de interés, organicé el circuito por cada día a las ciudades que iba a visitar con horarios y costos aproximados, después esa lista se fue tornando mundana y accesible, incluyendo sólo los sitios indispensables para mis gustos, preferencias y mi bolsillo, no quería morir de cansancio en el trayecto y dejar de disfrutar por querer hacer todo en un día.
Una semana antes de partir, consulté a mi aliado el clima para hacer la maleta y elegir las prendas adecuadas para el viaje, sabía de antemano que no iba a utilizar todo (suele pasar), opté por calzado cómodo más que formal, artículos de higiene personal, pasaporte, electrónicos, gorra, lentes oscuros y una backpack… ya estaba preparada para iniciar la aventura.
Cuando se acercaba la hora de tomar el vuelo, otra vez sentí mariposas en el estómago, como si fuera mi primer viaje, con esa emoción de conocer un destino desconocido, caminar por calles llenas de historia y probar nuevos sabores. Es increíble sentir que la piel se hace chinita al escuchar esa voz distorsionada que dice: tripulación, próximos al despegue.
Nada más hace falta llegar y se cambia el chip mental, escuchar otros idiomas durante días te hace sentir en la Torre de Babel, gente yendo y viniendo lento o de prisa, aparentemente sin ningún destino definido, identificar al turista novato con cara de perdido consultando su teléfono para encontrar respuestas o al residente aturdido por ver a tantos turistas invadiendo su ciudad.
Aterrizar de noche porque mi vuelo se retrasó, no estaba en el itinerario, darme cuenta de que la lista de lugares, días y horarios definidos la olvidé en casa, no era importante, mi mente ya estaba abierta a la espera de nuevas experiencias.
Aunque llegué de noche no tenía sueño, no sé si por la emoción o quizá porqué en mi país eran las 3 de la tarde. ¿Cansada? sí, fueron varias horas de vuelo más la demora inesperada, aun así, decidí averiguar cómo era la zona, caminé desde donde me dejó el autobús del aeropuerto hasta mi hospedaje, no me pude contener y comencé a tomar fotos para todos lados, que bonitas lucen las calles iluminadas por farolas, sin saber aún, que había muchas historias de ahorcados y almas en pena acechando la ciudad.
Desde esa noche y todas las siguientes, esperaba con ansias despertar para continuar el recorrido, al fin que recordaba algo de mi acordeón de actividades. A pesar de haber dicho que no haría todo en un día para no agotarme, la curiosidad me llevaba a averiguar otros puntos de interés que, según Google, estaban relativamente cerca, ¡ja! no era verdad, todos los días terminaba cansada, pero con el corazón feliz.
La obra del ser humano es admirable, pero sin duda la naturaleza siempre me ha asombrado con su perfección. Este viaje tuvo desde castillos medievales, unicornios reales, monstruos míticos, vacas peludas, duendes en acantilados y tréboles de la buena suerte, hasta caminos de gigantes, notas musicales y algunos toques mágicos con mandrágoras chillonas y escobas voladoras, voladoras como las mariposas en el estómago.
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