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Colaboración: Víctor Hugo Salazar Ortiz, Profesor-Investigador Departamento de Filosofía
«¿Quieres hacer algo por el medio ambiente? ¡Deja de comer carne! «
Dra. Leonora Esquivel, Fundadora de Animanaturalis
La frase en el epígrafe con la que abro este escrito me la dijo la doctora Esquivel, quien fue mi cotutora por tres semestres durante mis estudios de doctorado. Les comparto que esta frase no fue un aliciente, sino todo lo contrario, se trató de una seria llamada de atención debido a que mi investigación no mostraba avances sustanciales, por tal motivo me dijo que, si realmente estaba preocupado por el impacto ecológico que los seres humanos provocamos en el medio ambiente natural, debería dejar de comer carne[1] en vez de escribir una tesis que se quedaría encerrada en un anaquel universitario y que nadie leería.[2]
Comparto esta vivencia porque yo no creí que lo que me dijo la doctora Esquivel fuera cierto, pero tenía razón. De nada sirve una investigación de años si no se difunde y no se le pone atención. Esto es precisamente lo que está pasando en la actualidad, ya que desde la década de 1970 comenzaron a publicarse libros y artículos científicos que muestran con datos estadísticos el enorme impacto ambiental que genera en nuestros ecosistemas sostener la crianza de animales para alimentar a nuestra especie, pues para ello se requiere una gran cantidad de bienes naturales para su manutención (agua, tierra, cultivos), y además hay que agregar la contaminación que esto produce en la atmósfera (gases de efecto invernadero), lo que ha desencadenado un gran desequilibrio en los ecosistemas. “Actualmente se calcula que alrededor del 90% de la biomasa de animales terrestres —a excepción de los insectos— y el 96% de la biomasa de vertebrados pertenece exclusivamente a humanos y animales domesticados”[3], dejando un raquítico 4% a las especies salvajes. A esto se le llama antropocentrismo, es decir, que la especie humana centra su atención exclusivamente en ella y sus necesidades, sin que le importe lo que sucede con otras; antes bien, todo otro ente natural, con base en la tradición implantanda en la modernidad por conducto de Descartes y Bacon, está al servicio de los seres humanos, idea apoyada además por la visión cristiana.[4]
Este dominio sobre otras especies, su control y manipulación, la invasión y destrucción de ecosistemas y por tanto de la biodiversidad, se ha traducido en un excelente caldo de cultivo para las zoonosis, es decir, un intercambio de virus entre distintas especies, lo que conlleva al contagio de enfermedades de forma natural de los animales a los humanos. Este tipo de transmisión virulenta se ha presentado a lo largo de la historia a través de la rabia, la peste, el ébola y, recientemente, por medio de gripes.
La pandemia que estamos padeciendo no debería parecernos algo ajeno o extraño si consideramos que nuestra especie tiene un alto grado de responsabilidad para su surgimiento, ya que hemos abusado del mundo natural sometiéndolo, destruyéndolo, contaminándolo, modificando su genética. Estas acciones están dejando a la naturaleza y a todos los seres que la habitan, plantas, animales e insectos, desprotegidos de sus propios mecanismos de resiliencia; así que no debería sorprendernos lo que nos está pasando.
El Covid-19 ha atraído la atención mundial, pero no debemos olvidar que tenemos una amenaza aún mayor: el cambio climático, un problema también olvidado social y políticamente. Éste no se acaba con una cuarentena y no nos bastará un simple cubrebocas para protegernos. Lo que se necesita hacia el futuro es que modifiquemos nuestros patrones de conducta ambiental, dejar de ver el mundo natural y a los seres que lo habitan como mero objeto para beneficio humano. En estos días se ha escuchado que no debemos volver a la “normalidad” porque la norma es el consumo desmedido, la destrucción y la contaminación. Lo que se requiere es una mayor conciencia moral de los problemas ambientales y buscar soluciones éticas, no solo técnicas, para resolverlos.
El filósofo Peter Singer, pionero de la crítica al antropocentrismo y específicamente del especismo,[5] propone una ética práctica empática[6] que incluya no sólo a nuestra especie, sino a todas las demás con las que compartimos este planeta; lo cual debería llevarnos a adoptar una dieta vegetariana para comenzar, además de disminuir el consumismo rampante, ya que con éste solapamos la devastación de la naturaleza a cambio de un bienestar humano ficticio, promovido por empresas y marcas comerciales a través de sus redes de publicidad, que incitan al consumo de productos de un montón de cosas innecesarias: ropa, calzado, dispositivos electrónicos, autos, casas, viajes, alimentos exóticos, entre otros.
De lo que no somos conscientes es que, para que todas esas cosas lleguen a nosotros, pasan por un proceso denominado economía de materiales, que integra la extracción, producción, distribución, comercialización y descarte. La mayoría de los consumistas sólo ven una etapa de este proceso, la comercialización vista como el momento de su compra, todo lo que ocurre en las otras etapas se desconoce y por eso no se dan cuenta del daño o el beneficio moral que una compra conlleva. Las primeras tres etapas implican explotación y contaminación de recursos naturales así como la explotación laboral, y la última, injusticias ambientales, ya que muchos de los materiales que se descartan -en términos coloquiales se tiran a la basura- se depositan en las tierras y/o mares de gente pobre.
Frente a este panorama, poner en práctica una ética empática consiste, antes que todo, en una mayor conciencia moral de nuestras decisiones, en aprender a ponderar y deliberar entre aquello que realmente sí se necesita, de aquello que solamente se desea, en darse cuenta de que seguir por el rumbo de la explotación irracional de bienes naturales y su consiguiente contaminación, está dejando al mundo sin sus propias defensas naturales y en consecuencia con una alta propensión a enfermar, como lo muestra el alza de su temperatura, señal de que la Tierra tiene fiebre. En suma, una ética práctica empática consiste en ser conscientes de no hacer a los otros, a otra especie o al mundo natural, lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros mismos.
Cierro este escrito, reiterándoles la invitación que recibí de la doctora Esquivel: ¿quieres hacer algo por el medio ambiente y dejar de enfermarlo?: deja de comer carne; y, yo agregaría: deja de consumir ciegamente.