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PDF | 481 | Hace 2 años | 12 mayo, 2023
Dra. en Admón. Sandra Yesenia Pinzón Castro
El 10 y el 15 de mayo tienen lugar en México dos efemérides importantísimas, porque en ellas se conmemora a dos de las figuras sobre las que se sostiene desde tiempos inmemoriales toda comunidad, agrupación o sociedad humana: me refiero a las madres y a las y los docentes.
Tanto las primeras como estos últimos comparten características que hasta cierto punto igualan la nobleza y trascendencia de sus vocaciones: la maternidad no solo reside en el hecho maravilloso de encarnar a un nuevo ser humano y darle la oportunidad de vivir, sino -sobre todo- en el esfuerzo diario de la crianza. Por su parte, la docencia tiene como principal función precisamente la de preparar a las personas, desde su más tierna instancia hasta su plena adultez, para que se integren a la sociedad con herramientas y conocimientos que les permitan ser funcionales y buscar la felicidad y trascendencia individual. Así, en el centro de estas dos vocaciones se encuentra una generosidad parecida: el deseo de ver a otro ser humano crecer en valores, conocimientos y habilidades.
Decíamos líneas arriba que las figuras de la madre y el docente son una especie de soportes que sostienen la estructura social (y, en honor a lo que es justo, debemos incluir aquí también a los padres): lo digo precisamente porque a través de dichas figuras es posible la transmisión de conocimientos de una generación a otra y, mediante ello, el fundamento para el desarrollo del pensamiento humano, así como de las tecnologías que nos han permitido de lograr cosas verdaderamente asombrosas, como por ejemplo el hecho de haber aumentado en más de tres décadas (¡más de tres décadas!) la esperanza de vida promedio de la especie.
Además, desde la generosa vocación del magisterio (sea en ámbitos formales o informales), también se da el ejemplo a otras personas sobre formas fructíferas de convivencia, solidaridad y empatía; valores, todos ellos, necesarios para la salud del tejido social y condiciones previas para la existencia y/o permanencia de sociedades preocupadas por el bienestar común.
En la introducción de “Enseñar pensamiento crítico”, un libro ensayístico de Bell Hooks, la escritora señala que ofrecer una buena educación va más allá de preparar a alguien para ejercer un oficio o profesión: encarna desarrollar “un compromiso indisoluble con la justicia social”. Y esto es completamente cierto. Madres, padres de familia y docentes (insisto, formales e informales, porque se puede ser docente en muchas y muy diversas ocasiones) debemos recordar que, al final del día, nuestra vocación tiene como fin hacer ver a cada nueva generación o persona que todo lo aprendido debe aplicarse en la construcción de un mundo donde todas y todos tengamos oportunidades, respeto, derechos y el espacio suficiente para vivir con dignidad y, ¿por qué no?, alegría.
No quiero decir con lo anterior que no deberíamos hacer cosas para nosotros mismos o para buscar en primera instancia el bienestar propio, sino que, un poco en los términos de nuestro Benemérito de las Américas, los pequeños y grandes éxitos que obtengamos no pueden darse a costa de afectar a los demás. Lo ideal, en cambio, es que el bienestar de cada uno pueda -como si fuera una fogata- irradiar calidez a quienes están alrededor.
En ocasión entonces de estas dos hermosas y necesarias efemérides, quiero externar en este espacio mi cariño y reconocimiento a todas las madres (biológicas y de crianza), así como a todas y todos mis compañeros que han abrazado la fascinante, ardua y siempre noble vocación de la docencia; de darse a los demás a través de la enseñanza y del ejemplo. Gracias por ser esas velas encendidas; esas llamas que dan esperanza, luz y calidez al mundo. De verdad, muchas gracias.