Francisco Javier Avelar González Mañana se celebra el Día Internacional de la Juventud. Aunque no hay un consenso sobre las edades que se subsumen en esta categoría, el rango oscila entre los 15 y 34 años: a finales del siglo pasado, la ONU consideraba jóvenes a las personas que tuvieran entre 15 y 24; hoy, la misma organización comprende, para el mismo término, una cohorte de edades que va de los 18 a los 29 años. Por su parte, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes considera que antes de los 35 -pero después de los 18- se es joven. Así, dependiendo del país, la institución y los propósitos de la definición para este término, la edad variará dentro del rango que he mencionado. Si tomamos el conjunto de edades más amplio para esta categoría, nos daremos cuenta de que conforma casi una tercera parte de la población mundial y, como la misma ONU afirma, que es la generación más numerosa de la historia. Es cierto que, a diferencia de otros casos, no se trata de una minoría que requiera visibilización, ni es un grupo que carezca de empuje: por lo común, las grandes revoluciones sociales, tecnológicas, deportivas y económicas (y a veces también las artísticas) se las debemos directamente a personas menores de 35 años. Pensemos, por ejemplo, en la actual revolución de las tecnologías de comunicación e información, que a su vez ha modificado las maneras de socializar y la economía del orbe: Steve Jobs q.e.p.d. (Apple), Bill Gates (Microsoft), Mark Zuckerberg (Facebook), Larry Page (Google), Serguéi Brin (Google), Jack Dorsey (Twitter) y Peter Thiel (Paypal) son sólo cinco de los jóvenes que antes de cumplir 30 cambiaron radicalmente nuestro mundo (y de paso se volvieron multimillonarios). Estos datos podrían hacernos pensar que un día dedicado a la juventud, promovido por organismos internacionales, en realidad es más un acto decorativo. Consideremos, sin embargo, que por cada joven que tiene la oportunidad de trascender, o de sacar el máximo provecho a sus cualidades físicas e intelectuales en un entorno seguro y adecuado, hay cientos de miles -tal vez millones- que se enfrentan todos los días a serios problemas relacionados con una o más de las siguientes esferas señaladas por la ONU: hambre y pobreza, insalubridad, desempleo, rezago educativo, contaminación, adicciones, delincuencia, inequidad, falta de espacios recreativos y falta de participación y toma de decisiones en cuestiones que afectan la organización de su comunidad. Para corroborar lo anterior, ni siquiera es necesario ver las estadísticas de otros países, sino simplemente observar lo que pasa en el nuestro, a través de los datos que publica el mismo INEGI. Por ejemplo, la primera causa de muerte en nuestro país de hombres de 25 a 34 años es la violencia (‘agresiones’ es el término usado por INEGI); este mismo problema es la segunda causa de muerte en hombres que tienen entre 15 y 24 (mientras que la tercera causa se refiere a suicidios y/o lesiones auto-infligidas intencionalmente). En cuanto a las mujeres, las agresiones son la tercera causa de defunciones entre quienes tienen de 15 a 34 años. Si atendemos a las oportunidades de empleo estable (con prestaciones sociales) y dignamente remunerado, nos daremos cuenta de que también hay mucho por hacer en ese rubro, y en el campo de la educación -como mencioné en mi editorial de hace cuatro semanas-, sólo el 16% de la población adulta de nuestro país cuenta con una licenciatura terminada y apenas el 1% tiene maestría y/o doctorado (el porcentaje, ya de por sí bajo, se reduce si no consideramos a los licenciados, maestros y doctores mayores de 35 años).
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