Francisco Javier Avelar González

La semana pasada aproveché este espacio para hablar de la generosidad y solidaridad que es capaz de expresar la sociedad mexicana cuando se ve confrontada por una catástrofe. Uno de los ejemplos que mencioné para mostrar cómo esta generosidad se transformaba en acciones concretas, fue el uso de las redes sociales, como medios para solicitar donaciones, difundir información valiosa y coordinar los distintos esfuerzos en el acopio de insumos y en las labores de rescate.

Con una semana más de distancia y mientras aún está nuestra nación sumergida en labores de emergencia para recobrar estabilidad, quisiera dedicar este breve espacio al fenómeno de las redes en Internet, como las concentradoras de poder humanitario, político y social que han resultado ser. No lo digo sólo por lo mencionado en el párrafo anterior y en la columna del viernes pasado, sino también porque, tal vez por primera ocasión en la historia contemporánea de nuestro país la presión ejercida por las denuncias y peticiones masivas hechas en redes sociales logró que partidos políticos e instituciones públicas respondieran directamente a la ciudadanía.

Por ejemplo, el Instituto Nacional Electoral y algunos partidos políticos anunciaron en sendos videos la posibilidad real de que estos últimos donaran (o más bien que renunciaran a) parte del presupuesto anual que tienen asignado, con el fin de canalizarlo a la reconstrucción de las zonas más afectadas por los sismos; por otra parte, la FEPADE abrió una carpeta de investigación para esclarecer las diversas denuncias que se han estado haciendo en las redes, con respecto a la retención y desvío de ayuda humanitaria en el Estado de Morelos. A pesar de que aún existe la posibilidad de que todo se quede en buenas intenciones y en amagos, respectivamente, lo cierto es que la presión de los usuarios de redes puede lograr cambios muy importantes para el país, en un futuro no muy lejano.

No es mi intención echar las campanas al vuelo, ni pecar de candidez: es innegable -y lo hemos dicho en otras ocasiones- que México tiene serios problemas de corrupción, impunidad, inequidad y violencia, y que cualquiera de estos cánceres sociales se alimenta de la falta de ética (recordemos que varios edificios que colapsaron en el terremoto no tenían ni cinco años de haberse construido). Pero igualmente ingenuo sería negar las virtudes de la sociedad mexicana (como la solidaridad y generosidad, que han sido tema estos días). Lo que tenemos entonces es un panorama complejo, en el que las redes sociales pueden fungir como sensores e impulsores poderosos de los cambios que necesitamos como país.

Cabe ahora preguntarse por el papel de las Instituciones de Educación Superior (IES) ante el susodicho panorama. Desde mi parecer, la función de las IES no cambia, pero sí se ve comprometida a ser más eficiente: la tarea sigue siendo formar profesionistas y personas con ética, humanismo y responsabilidad social. El compromiso de mejorar en esta labor viene de que las redes son un poderoso medio, pero sólo eso: un medio. Usarlas para bien o para mal depende exclusivamente de sus usuarios. Lo mismo pueden propagarse peticiones de ayuda humanitaria u ofrecimientos de apoyo, que difamaciones y calumnias para lastimar o fortalecer posicionamientos ideológicos o políticos. Ejemplos hay de sobra, tanto de una cosa como de otra.

Las universidades deben lograr que la ética y el conjunto de valores que podrían subsumirse en ella se impartan sin la necesidad de que haya una materia específica de “Valores” en cada carrera: todo docente e investigador debe ser un ejemplo de profesionalismo y ética, y esta última debe estar presente de manera transversal a lo largo del camino de preparación de cada estudiante.

Creo que sólo así podremos aprovechar de la mejor manera posible la coyuntura que se está dando entre la juventud y el poder de las redes. Los jóvenes han despertado; han tomado las calles y la web para levantar al país. Nos toca a las IES responderles, haciendo nuestro mejor esfuerzo como formadores y no sólo como provisores de información y herramientas intelectuales.