Francisco Javier Avelar González

Hace 10 o 12 años muy pocas personas hubieran vaticinado que Facebook se convertiría no sólo en una de las redes virtuales más populares del planeta, sino en una plataforma de inmenso impacto político y social. Quizás con la experiencia que otros proyectos similares nos habían dejado (Hi5 y MySpace son dos que recuerdo), hubiéramos pensado que se trataría sólo de un sitio preponderantemente para jóvenes y adolescentes. Sin embargo, la versatilidad de la página creada por Mark Zuckerberg, su oferta de libertad casi absoluta para que cualquiera pudiera subir contenidos en distintos formatos (música, imágenes, videos, escritos), la capacidad para enlazarse con sitios fuera de su red y su gratuidad resultaron ser una mezcla muy atractiva, no sólo para adolescentes, sino para personas de todas las edades e incluso para empresas, instituciones de diversa índole y dependencias gubernamentales.

En poco tiempo, Facebook se convirtió en un punto de confluencia mundial y, a la vez, en el símbolo de la libertad y la democratización de la web: todos podían expresarse aquí libremente y todas las voces tenían el mismo valor. ¿Y no son democracia y libertad dos de los pilares conceptuales de las sociedades contemporáneas más avanzadas en términos políticos y culturales?

A pesar de las virtudes de este sitio, hace años Zygmunt Bauman y Umberto Eco advirtieron que la democratización y la libertad absoluta de este tipo de redes podía llegar a ser problemática. No expresaban lo anterior a partir de un conservadurismo indeseable, sino entendiendo, por un lado, que la libertad ejercida sin responsabilidades ni criterio puede convertirse en libertinaje; por otro, que es imposible que todos tengamos la misma capacidad o autoridad para hablar sobre cualquier tema (es más factible que un biólogo marino pueda dar una opinión sensata e informada sobre un tema propio de esta área del conocimiento, que un estudiante de bachillerato). Respecto a la libertad de expresión, cuando ésta no se acompaña de principios éticos, así como de ciertos cuidados editoriales (por ejemplo, corroborar la veracidad de la información que se piensa transmitir), puede utilizarse para difundir información falsa o engañosa. Viéndolo desde esta perspectiva, en las mismas virtudes de Facebook se encontraban escondidas sus debilidades.

El escándalo ocurrido a raíz de las recientes elecciones presidenciales en Estados Unidos evidenció que la falta de filtros en Facebook podía ser utilizada para la manipulación de grandes masas, a través de la difusión de noticias falsas que empujaran las preferencias del electorado hacia alguno de los candidatos. Más allá de la responsabilidad que debe imputarse a los administradores de esta red social, por permitir que contenidos incluso difamatorios puedan ser compartidos a través de su plataforma sin que haya consecuencias para los difamadores, lo ocurrido en el vecino país del norte nos permitió darnos cuenta del enorme poder que tiene esta red, aparentemente capaz de incidir en el destino de una de las naciones más influyentes del orbe (y, por consecuencia, en el destino del mundo).

En los próximos meses, Italia y México encararán sus propios comicios. El sitio liderado por Zuckerberg ha tenido contacto con ambas naciones, con la intención de no permitir que se repita lo ocurrido con los norteamericanos. No tengo muy claro qué medidas de seguridad serán tomadas en Italia, pero en lo que respecta a nuestro país, se ha filtrado el documento firmado entre el INE y Facebook y, en honor a la verdad, no parece alentador: la red social no se compromete a combatir con medidas reales y claras la proliferación de “fakenews”, por lo que la población en general queda expuesta a recibir toneladas de información confusa, contradictoria, difamatoria y, sobre todo, falsa. Ya otros columnistas, en el plano nacional, han dedicado sus espacios a analizar este hecho, colocando como centro de atención al INE o a la red social. Quisiera yo cambiar la perspectiva y dedicar unas cuantas palabras al tercer protagonista de esta historia: los usuarios de internet; la ciudadanía.

Es cierto que debemos replantearnos, desde las instituciones correspondientes, nuestra concepción de libertad en las redes, no para controlar su uso ni para permitir que sea un grupo el que diga qué puede y qué no puede decirse en la red; sino para que esta libertad se acompañe efectivamente de las exigencias de responsabilidad y ética indispensables, en aras de que el ejercicio de nuestro derecho no represente un daño o una injusticia para otros. Si llevar a cabo la tarea anterior corresponde a nuestros mecanismos legislativos, a las instituciones educativas nos toca realizar una labor paralela de igual importancia: educar en la lectura crítica a nuestros estudiantes. Es posible observar, con muy alta frecuencia, que usuarios de todas las clases sociales y niveles educativos comparten información de dudosa procedencia, o a veces de una falsedad absoluta y con notables intenciones de lastimar la reputación de otras personas o instituciones.

Los bachilleres, universitarios y profesionistas que de buena fe comparten estas noticias, queriendo ayudar a sus contactos a informarse sobre algún tema en particular, muestran una sensible carencia en su formación, porque conservan un nivel de credulidad y una falta de pensamiento crítico inadmisibles para su grado de estudios. Cuando la información que se difunde es de naturaleza condenatoria, por ejemplo, lo esperable sería que, antes de compartir, el lector se diera a la tarea de al menos identificar si la fuente es confiable y de si hay datos que corroboren el hecho que se narra. Si la fuente es dudosa o hay datos contradictorios o lagunas en la información, lo mejor sería abstenernos de esparcir la nota. Sé que hay casos difíciles de valorar, pero por lo general las notas falsas suelen dejar muchas pistas, muchos datos que “no cuadran” y que deberían advertirnos de su falta de veracidad.

Corresponde pues a los usuarios el hacer un ejercicio responsable y ético de su libertad para generar y compartir información, pero también nos corresponde a los institutos educativos (sobre todo a los de educación media y a las universidades) formar lectores perspicaces, verdaderamente críticos (que no criticones), quienes, con independencia del tipo de texto que estén leyendo, puedan comprenderlo a cabalidad y sopesar su pertinencia y fiabilidad, a partir de las fuentes, los argumentos y las pruebas que el mismo texto aporte; pero también a partir de un contraste con otras fuentes que hayan identificado como fidedignas.

Vienen tiempos de mucha tensión política y las redes sociales serán sin duda protagonistas en la dirección de las tendencias del electorado. Es importante que seamos lectores atentos, perspicaces y sensatos. Es muy importante también que nos informemos sobre las propuestas, los proyectos, la visión y las opiniones de cada uno de los candidatos, con respecto a los temas de interés nacional, porque mediante el voto marcaremos el rumbo de nuestro país los siguientes seis años. Votemos por quien votemos, hagámoslo bien informados y por las razones correctas: eso es, a fin de cuentas, ejercer la democracia y la libertad de expresión que defendemos.