Francisco Javier Avelar González
Más allá del fenómeno biológico, la maternidad es un concepto sociocultural de enorme importancia y vasta complejidad, no sólo por el hecho de que nuestra gestación y nacimiento dependió de una mujer, sino porque, en la mayoría de los casos, esta misma persona fue responsable directa -y algunas veces única- de alimentarnos, vestirnos, darnos techo, proveernos de enseñanzas fundamentales y empujarnos a adquirir una educación académica que nos permitiera mejorar sustancialmente nuestras posibilidades de sobrevivir, de adaptarnos al mundo y de competir en él. Sin ese enorme trabajo de formación y de cuidados, ninguna civilización o agrupación humana hubiese sido posible.
Por desgracia, esa misma capacidad que tienen las mujeres de dar vida, y de ser el primer y más importante contacto humano que tienen las personas, es la condicionante que históricamente las ha relegado en el mundo profesional y laboral. Por ello, las nuevas generaciones ven la maternidad como un dilema o, en algunos casos, como algo indeseable que atenta contra las nociones de empoderamiento y libertad femenina.
La necesaria y natural posibilidad de dar vida y la loable vocación de proteger y formar a un hijo desde su mismo nacimiento no tendría que ser indeseable ni problemática, ni mucho menos atentar contra la libertad o las probabilidades de crecimiento profesional. Por ello, las políticas con respecto a las dinámicas laborales, así como las condiciones de contratación y retención de personal en empresas y organismos públicos y particulares, tienen la obligación de continuar adaptándose para reconocer la importantísima tarea social que realizan las madres, brindándoles los apoyos y las facilidades necesarias para que no se vean orilladas a dejar su trabajo o a renunciar a una mejor posición en él.
Por supuesto, la complejidad de este fenómeno no sólo afecta a las mujeres, sino también a los hombres, necesariamente copartícipes en el proceso de gestación y -la mayoría de las veces- de la manutención y crianza de los vástagos. En la repartición tradicional de los roles familiares, se asociaba la idea de paternidad con la del proveedor económico. Esta presión social hacía que los hombres se volcaran en la búsqueda del sustento y dejaran a las mujeres el cuidado del hogar y de los niños. Es cierto que, gracias a diversas luchas sociales emparentadas con el feminismo y con la búsqueda de la equidad, actualmente se están haciendo campañas de concientización entre los hombres, para que estos participen de manera mucho más activa e igualitaria en el trabajo doméstico y en la educación de los hijos.
Estas campañas son encomiables, no sólo porque buscan repartir las tareas del hogar y las aportaciones materiales de una manera más equitativa, sino porque indirectamente también inciden en la integración plena de las mujeres en los espacios académicos, artísticos y laborales en general. Por supuesto, depende por completo de cada pareja decidir de qué manera quiere llevar su relación y cómo desea repartir las responsabilidades. Hay familias que se sienten cómodas y plenas viviendo bajo un esquema donde uno(a) de los dos lleva el peso mayoritario del sustento económico y el otro(a) toma las riendas de la administración y la educación de los hijos; hay parejas que prefieren aportar de manera equitativa tanto en el aspecto económico como en el cuidado del hogar. Cualquiera de estos tipos de organización es posible y respetable, siempre que haya mutuo acuerdo y un sentimiento no de frustración, sino de satisfacción y complementariedad.
Ya sea dentro o fuera de una relación, bajo un esquema de vida u otro, la maternidad debe ser una decisión personalísima y libre de presiones de cualquier tipo: no es ni el objetivo más alto al que deba aspirar toda mujer ni, mucho menos, una amenaza a su libertad y su igualdad social. Se trata de una posibilidad, de una elección y también de una responsabilidad muy alta que, para vivirse a plenitud, debe tener el respaldo de toda la sociedad no sólo el diez de mayo, sino cada uno de los días de nuestro calendario.
Cierro este espacio con una felicitación para todas las madres biológicas y adoptivas, que se ocuparon con amor y buena voluntad de la crianza inicial y medular de uno o varios niños(as). Como mencioné líneas arriba: ninguna idea de sociedad, de progreso o de desarrollo comunitario hubiese sido posible sin el sacrificio y la dedicación de ustedes. Muchas gracias y muchas felicidades.