Francisco Javier Avelar González

El sábado de la semana anterior tuve el honor de presidir la ceremonia de entrega de títulos, mediante la cual un total de 1’285 egresados de nuestra universidad dieron por concluida una parte medular en su formación académica. En el evento hicimos una reflexión sobre algunos contrastes de nuestro país relacionados, sobre todo, con el impresionante esfuerzo laboral de nuestra gente y, simultáneamente, con el bajo porcentaje de personas con educación superior, en comparación con otras naciones.

En nuestro país acceder a la educación superior o a algún posgrado es un evento aún extraordinario (basta mencionar que el 99% de los mexicanos no tiene maestría o doctorado); por ello, quienes logran concluir sus estudios superiores adquieren una responsabilidad social, la cual debemos asumir con plena convicción. Los invito a leer el mensaje que he transcrito aquí abajo, y que leí a nuestros egresados con motivo de este tema:

México es un país de enorme diversidad y de grandes contrastes educativos, económicos y sociales. De acuerdo con datos de la OCDE, somos una de las naciones más trabajadoras del planeta. Un estudio realizado por este organismo, que comparó el desempeño laboral de 38 países -entre los que se encontraban naciones de la talla de Japón, Alemania, Reino Unido, Canadá, Finlandia, Suecia y Estados Unidos- mostró que los mexicanos trabajamos un promedio de 2,246 horas al año.

Para comprender este dato, tomemos en cuenta que la media de los países miembros de este organismo es de 1,766 horas de trabajo anual, mientras que los habitantes de potencias como Alemania sólo trabajan 1,371 horas cada año. Si a lo dicho agregamos que de los 123 millones de personas que conforman nuestro país, casi el 60% tiene entre 15 y 54 años, caeremos en cuenta del enorme capital humano, y del importante potencial intelectual y laboral que tenemos para competir con cualquier nación del orbe.

Por otro lado, informes como el “Panorama de la Educación”, emitido en 2017 por la misma OCDE, revelan que el nivel educativo de México está por debajo de la media, con respecto a diversos países. Por ejemplo, mientras en promedio en la Unión Europea el 34% de la población de entre 25 y 64 años cuenta con educación terciaria, y en la OCDE el promedio en este mismo rubro es del 37%; en México apenas el 17% de la población en este rango de edad cuenta con estudios de nivel terciario o superior.

Confrontar estos datos no solo nos permite entender por qué si trabajamos más que el resto de los países que integran la OCDE, nuestro desarrollo industrial, tecnológico, educativo y social no logra aún el ascenso dinámico y consistente que necesitamos, mismo que nos traería como uno de sus efectos el aumento en la calidad de vida de la población en general y la disminución de las diversas brechas de desigualdad que actualmente nos aquejan. Esta confrontación de datos también da la oportunidad de dimensionar el privilegio que representa para nosotros haber tenido acceso a estudios de educación superior o incluso de posgrado, así como la enorme, verdaderamente enorme responsabilidad que eso significa.

Quienes estamos aquí, quienes hemos accedido a un título de licenciatura, ingeniería, especialización, maestría o doctorado, logramos esta meta no sólo por mérito propio, sino también gracias al esfuerzo superlativo de millones de mexicanos que aportaron su fuerza laboral, educativa, administrativa y productiva, y que nos dieron las condiciones necesarias para que tuviéramos esta oportunidad, a la que muchos compatriotas no tuvieron o no tendrán acceso.

Estimados egresados, hoy no reciben un título nobiliario, ni mucho menos un certificado de superioridad sobre el 83% de nuestros hermanos connacionales que no han tenido acceso a la educación superior. Adquieren en cambio un compromiso profesional, cívico y ético; adquieren la responsabilidad de impulsar las condiciones para que el mayor número de mexicanos pueda acceder a una vida digna, con mayores oportunidades de educación y de trabajo bien remunerado. La educación que se les ha brindado debe ser aprovechada en aras de alcanzar la calidad de vida, la equidad y el bienestar que han logrado otras naciones.

Este objetivo que debemos plantearnos no es una utopía ni algo imposible: recordemos que hace cincuenta años países como Japón y Alemania estaban completamente devastados por la guerra, y gracias a un trabajo responsable y coordinado del gobierno, la iniciativa privada y la ciudadanía, lograron en unas cuantas décadas salir de la postración para consolidarse como las potencias mundiales que son hoy día.

En nuestro caso, el gobierno y la sociedad han hecho un esfuerzo considerable para que ustedes tengan conocimientos teóricos y herramientas intelectuales que les permitan transformar su entorno. Los invito entonces a que asuman con responsabilidad, con inteligencia, creatividad, ética y civismo el privilegio que ahora reciben: sean profesionistas dignos; sean dignos egresados de la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
A los 1285 graduados de la Universidad Autónoma de Aguascalientes les extiendo mis más sinceras felicitaciones. Ha sido un verdadero honor haberlos recibido en nuestra casa de estudios y haberlos acompañado en esta etapa fundamental de sus vidas. Enhorabuena, muchas felicidades y muchas gracias.