Francisco Javier Avelar González

A través del uso de este espacio así como de otros foros públicos, en la comunidad universitaria hemos manifestado reiteradamente que es de importancia vital para el país convertir la educación y el desarrollo de ciencia y tecnología en las bases y los generadores del crecimiento económico y el bienestar social.

Siempre con el ánimo de mostrar las áreas de oportunidad de nuestra nación en el tema mencionado, en diversas ocasiones a lo largo de 2017 y 2018 presentamos datos con respecto a la situación de distintos países (incluyendo el nuestro), que permiten ubicar posibles razones por las cuales la competitividad académica, científica y tecnológica mexicana no ha podido dar el salto que todos deseamos y por el que arduamente trabajamos cada día desde las instituciones de educación superior y los centros dedicados a la investigación.

Siendo ésta mi primera columna del año, quisiera aprovechar la tradicional tendencia a los recuentos y exámenes retrospectivos, para recuperar cuatro datos importantes que abordamos en editoriales anteriores y eventos ocurridos entre 2017 y 2018. A partir de esta recuperación, me gustaría invitarlos a un ejercicio de reflexión sobre las necesidades del país en materia educativa.

1. En febrero de 2017, presentamos en esta columna datos acerca de la inversión en investigación y desarrollo. Estos datos, tomados de un estudio global de la UNESCO, indicaban que en 2016, mientras Estados Unidos inyectó el 2.7% de su PIB al rubro mencionado (lo que equivalió a 456,977 millones de dólares) y otras naciones como Japón, Corea, Israel o Suecia destinaron más del 3% de su PIB también a investigación y desarrollo, en México la cifra apenas alcanzó a rondar el .5% de nuestro PIB. El resultado de estas decisiones macroeconómicas fue el siguiente: al término de 2016 Estados Unidos presentó más de 200 mil solicitudes de patente generadas por empresas o ciudadanos norteamericanos radicados en ese mismo país. En México, en cambio, de acuerdo con estadísticas del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, sólo fueron presentadas mil 310 solicitudes de patente generadas por empresas o ciudadanos mexicanos radicados en nuestro país. Es decir, ni siquiera el 1% de lo generado por nuestros vecinos del norte.

2. En la columna publicada el 30 de noviembre de 2018 sugerimos que, independientemente de la visión política que se tenga, la necesidad de hacer ajustes en nuestro sistema educativo podía deducirse de los bajos resultados obtenidos en exámenes internacionales, como la prueba del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA). De acuerdo con esta prueba, el desempeño de los estudiantes mexicanos no ha podido salir de la zona de los 12 más deficientes entre 72 países evaluados. En el mismo tenor, en su edición 2017-2018 el Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial colocó al sistema educativo mexicano en el lugar 108 de 137 naciones examinadas.

3. Durante la inauguración de la vigésima Feria del Libro Universitario (el 5 de noviembre del año pasado) recordamos que de acuerdo con fuentes como la UNAM, el INEGI y la UNESCO, en nuestro país sólo el 2% de la población tiene un hábito real de lectura; el promedio de libros leídos al año es de entre 2.5 y 3.8 per cápita (la cifra depende del año de realización y la metodología de los estudios), y el 30% de la población aceptó no haber leído un libro completo en toda su vida. Por ello, en el Índice de Lectura elaborado por la UNESCO, México ha llegado a ubicarse incluso en el lugar 107 de 108 países considerados.

4. En la columna publicada el 23 de noviembre de 2018 recordamos que, mientras en 1907 sólo existían 9,736 escuelas en todo el territorio nacional, para 1990 la cifra ya era de 160 mil. Asimismo, señalamos que de acuerdo con la última encuesta intercensal del INEGI, el 93.6% de los mexicanos mayores de 15 años saben leer y escribir, y la matriculación en primaria y secundaria es de 98.7% y 87.5%, respectivamente.

Este conjunto de datos nos permite vislumbrar tres cosas: Primero, que la cantidad de escuelas en el país y la alfabetización de la población nacional es notable; es decir, al menos en los niveles de educación obligatoria no tenemos un problema de cobertura ni de carencia de espacios. Segundo, que a esta fortaleza en el polo cuantitativo no se corresponde una análoga en el polo cualitativo; es decir, que no hay un equilibrio entre el número de estudiantes que van aumentando su escolaridad en nuestro sistema de educación, y el nivel de aprendizaje de ese mismo alumnado. De igual forma, el altísimo porcentaje de personas alfabetizadas no encuentra un correlato en el porcentaje de libros leídos al año per cápita. Esta ausencia de una cultura lectura sin lugar a duda mina la capacidad crítica y de aprendizaje continuo de la población. Tercero, los recursos del erario dedicados a educación y desarrollo de ciencia y tecnologías son insuficientes, y eso no sólo deriva en la baja calidad educativa, sino también en una clara y grave desventaja en cuestiones de competitividad a nivel global.

Desde esta perspectiva, los esfuerzos de las administraciones de gobierno contemporáneas -tanto a nivel federal como estatal y municipal- deben enfocarse al aumento de recursos en los temas de educación y desarrollo de ciencia y tecnología, así como a un replanteamiento de las metas por alcanzar en estos rubros: a diferencia de décadas anteriores, hoy no podemos sentir que cumplimos egresando a enormes cantidades de estudiantes, si a la ecuación no agregamos los conceptos de calidad y competitividad internacional.

Estoy seguro de que, independientemente de la ideología o posición política que se tenga, todos coincidimos en que no podemos continuar privilegiando programas y estructuras que ya dieron de sí. Se requieren replanteamientos y mecanismos serios que nos permitan elevar significativamente nuestros estándares de calidad educativa en todos los niveles, por el bien del desarrollo económico, cultural y social de todos los mexicanos.